miércoles, 30 de noviembre de 2011

Buenos días Yangón


Me levanto porque amanece. Aproximadamente una hora antes de que suene mi despertador porque en Yangón hay tanta luz en la época seca, que parece que las casas no tuvieran techos.
No sólo me levanto por la luz. Los pájaros se han levantado y organizan un jaleo tremendo. No todas las veces me gusta…para qué nos vamos a engañar. Pero contado queda bonito y es la pura realidad: me levantan los pájaros.
Bajo, desayuno, ducha…rutina. Cierro la puerta con el candado, me pongo el casco, monto en la bici, salgo de mi bloque giro a la izquierda, me introduzco en la carretera…
¡Buenos días, Yangón!
En la acera, uno hombre de unos 70 vestido con harapos me guiña un ojo. A la izquierda, los puestos de comida india, a reventar. Paso el mercado, lleno de frutas y verduras cogidas esa mañana y otro hombre me sonríe.
Llego al final de la calle y justo acaba de cruzar el hombre que me cruzo todas las mañanas, el que sale a caminar con una pequeña radio en la mano que acerca a su oído (¡mierda, me encanta saludar a ese hombre y hoy me lo he perdido!).
Nada más introducirme a la calle que conduce a mi cole la barrendera se parte de risa. Creo que les hace gracia mi casco.
Si no saludo a los soldados que están protegiendo ese edificio del gobierno ellos me avisan, con el sonido aspirante de un beso, hasta que me giro y les digo adiós.
No me puedo perder a las dos señoras que, a la derecha, pasean con los calcetines subidos hasta arriba y gorra rosa que dicen orgullosas al verme “Hello!”.
El guarda de seguridad de la gasolinera saluda.
Varios coches que pasan y también dicen Hello!: un taxista a toda máquina en su vehículo- chacharro, una camioneta con obreros, otra con muchos chicos jóvenes con camisetas de futbolistas y una con monjes budistas que no saludan, pero miran, sonrientes.
Mis favoritos: los de imnerso sud-asiático en frente de su gran pagoda haciendo sus ejercicios mañaneros, ni me miran, concentrados en su función.
Una barrendera con su hijo barriendo la calle. Ella barre la calle, el hijo la persigue con su imaginación. Y yo pienso…no sé cómo se abusa más de la infancia, si excluyendo a este niño del cole por tener que ir con su madre, o si privando a la madre de ver a su hijo hasta las 9 de la noche con tropecientas clases particulares porque la madre no tenga tiempo…no sé yo.
Ya llegando al cole…una de las profes birmanas en la parte de atrás de una bici que conduce su novio, llegando al cole.
Otro que va sin pareja pero con su desayuno en la bolsa de plástico transparente recién comprada en un puesto de la calle: sé que va a llegar a la sale de profesores, lo pondrá en un plato y compartirá con lo que tenga el resto. Sólo comen y comparten.
Llego al cole, dejo la bici, entro, sudada y primera palabra: Teacher Ada beautiful! Beautiful!
Luego el profesor de educación física me dice, entrenado por mí misma: ¡Hola guapa! Y yo le respondo en su idioma: ¡Te quiero!
¡Qué libertad te da no hablar un idioma! A la carga connotativa de las palabras las reemplaza una verborrea propia de un estado ebrio ligón.
Buenos días por la mañana, Yangón.

domingo, 6 de noviembre de 2011

El fin de un matrimonio, ¿no es lo mismo que irse de casa?

Y, sin embargo, irse de casa no supone un fracaso para nadie, sino más bien un paso adelante, un supuesto, una expectativa.
Creo que la educación de los hijos es un proyecto conjunto a largo plazo y que debe respetarse hasta la finalización de ese proyecto, ¿pero después?