jueves, 12 de enero de 2012

El duelo de una madre y las pastillas de eferalgán

Con las pastillas de eferalgán pasa como con algunos dolores: no te los puedes tragar, como otros, porque te atragantas. Puedes agarrar una botella por banda y hacer esfuerzos sobrehumanos, pero estarás perdiendo el tiempo.
Desesperado, te rindes a la física y tiras la pastilla en un vaso de agua. Cae, pesada, patente: como el dolor. Al principio está ahí, algo que te ha caído encima, como la pastilla al agua, y no sabes muy bien qué hacer con él. No eres tú el que se adapta, sino el dolor el que burbujea y, mezclándose, empieza a desaparecer.
Desaparece su forma, su definición, pero materialmente está dentro. La diferencia es que ahora por lo menos te lo puedes beber.
Está asqueroso, pero ¡oye, que cada uno encuentra su técnica! Entre otras: taparse la nariz, comer algo dulce después para quitar el sabor, beberlo a sorbitos pequeños, un poco de motivación...
De pronto, ya no sientes que te duele la cabeza porque el paracetamol ha anulado el efecto, aunque el dolor siga ahí, y cuando el efecto calmante se pasa, a lo mejor, con un poco de suerte, te ha dejado de doler.

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